Una pasión cofrade

Porque hay amores que no necesitan palabras

Mi historia con el Nazareno

Mi historia con el Nazareno empieza casi desde que nací. En mi casa, hablar de “nuestro Moreno” —como cariñosamente lo llamamos— es hablar de familia, de fe, de raíces y de recuerdos.

Mis padres y mis abuelos me inculcaron ese amor profundo y verdadero que solo puede nacer cuando has crecido a los pies de Ntro. Padre Jesús Nazareno. Alrededor de su figura, muchos de nosotros tenemos un sinfín de recuerdos que, cada vez que pensamos en ellos, es difícil no hacerlo con una sonrisa, sobre todo por aquella gente que ya no está y que me acompañó en mis primeros pasos junto a Él.

Fui alumno de los Trinitarios, y aún guardo el recuerdo de cada entrada a la iglesia. Por suerte, ser alumno de la Trini tenía esas ventajas, y las visitas al templo eran frecuentes. Nada más entrar, mis ojos siempre iban directos hacia Él. Siempre firme y sereno, guardián eterno de la Trinidad, con esa mirada que no juzga, que abraza, que acoge. Esa mirada que lo cambia todo.

Recuerdo con especial ternura los días previos a Semana Santa: las túnicas colgadas en el salón, mi abuela haciendo los últimos retoques, mi madre repasando cada pliegue, y nosotros, peleándonos por los mejores palos o por ver a quién le quedaban mejor los guantes. Pequeñas guerras con sabor a tradición, a infancia, a familia.

Tuve el honor de acompañarlo como penitente durante casi quince años. Siempre junto a mi padre, y en muchas ocasiones con mi hermano y con amigos que, como yo, sentían que no había mayor orgullo que caminar tras sus pasos. Escuchar la saeta en el pretil, justo cuando su figura emerge en la madrugada, sigue siendo una de las emociones más bonitas de cada año de mi vida. Porque cuando el Moreno pisa las calles de Alcázar… el mundo se detiene. Y nada más importa.

Hoy lo acompaño de otra manera. Ya no desde dentro, sino desde fuera. Desde una cercanía distinta, pero igual de profunda. Grabándolo, siguiéndolo con la cámara y, sobre todo, con el alma. Mirarle a los ojos, ahora tan de cerca, es un privilegio que jamás dejaré de agradecer. También he tenido la suerte de conocer cómo late su Hermandad por dentro. Una familia de verdad. Humilde, comprometida, abierta, que no teme a los cambios y que trabaja sin descanso. Cada acto, cada decisión, cada proyecto lo preparan con la misma ilusión que el primero. Y en cada detalle se nota el corazón que le ponen quienes forman parte de ella.

Ser del Nazareno no se puede explicar. Porque sentirlo cerca no tiene palabras. Porque hay cosas que solo se entienden cuando se viven: cada besamanos, cada oración en silencio, cada paso dentro de la Trini, cada conversación con Él cuando nadie mira,… Cada momento importante de mi vida, Él ha estado ahí. Solo puedo pedirle que me siga acompañando como hasta ahora. Que me permita seguir sintiéndolo tan cerca. Que nunca deje de ser mi refugio en los días grises, mi impulso en los días de lucha y mi paz en los momentos de gratitud.

Porque hay amores que no necesitan palabras. Y hay imágenes… que lo dicen todo con una sola mirada.

Autor: Ecuador Cortés Huertas